viernes, 3 de abril de 2015

"Hominización... según Clarke"


Se dice en el blog "hablemosdehistorias":
<<<Por hominización nos referimos a los cambios orgánicos (postura bípeda, aumento de la capacidad craneana, libre articulación de la mano, desarrollo del cerebro) y socioculturales (técnicas, lenguaje, arte, creencias)  que permiten la evolución desde los prehomínidos a los homínidos del género Homo, y de estos al hombre actual (mediante la llamada evolución homínida)>>>

... Y... últimamente están apareciendo (o "eso parece") numerosos artículos +/- relacionados con el tema:

-El "pragmatismo" del Homo heilderbergensis...
-Los "enigmáticos Denisovanos"...
-Algunas "dudas" sobre el Homo antecessor...


-Investigaciones sobre "Paleopsicología" y/o "Arqueología cognitiva"...

File:Homo-Stammbaum, Version Stringer.jpg
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... Mucho antes (1968)... Arthur C. Clarke... nos dejó su propia versión de la hominización... en  2001...

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<<<La sequía había durado ya diez millones de años, y el reinado de los terribles saurios tiempo ha que había terminado. Aquí en el ecuador, en el continente que había de ser conocido un día como África, la batalla por la existencia había alcanzado un nuevo clímax de ferocidad, no avistándose aún al victorioso. En este terreno baldío y disecado sólo podía medrar, o aun esperar sobrevivir, lo pequeño, lo raudo o lo feroz.
Los hombres mono no eran nada de ello, y  se encontraban ya muy adelantados en el curso de la extinción racial. Estaban siempre hambrientos...
Masticaban bayas y frutas y hojas y se esforzaban por ahuyentar los tormentos del hambre… mientras en torno a ellos, compitiendo por el mismo pasto, había una fuente potencial de más alimento del que jamás podían esperar comer. Pero los miles de toneladas de suculenta carne que erraban por la sabana y a través de la maleza, no sólo estaban más allá de su alcance, sino también de su imaginación... 
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... Y, en medio de la abundancia, estaban pereciendo lentamente de inanición.
Aunque los mono-humanoide luchaban y peleaban a menudo entre ellos era raro que sus disputas tuvieran graves consecuencias. Al no poseer garras o colmillos y estando bien protegidos por su pelo, no podían causarse mucho daño mutuo. En cualquier caso, disponían de escaso excedente de energía para tal improductiva conducta; los gruñidos y las amenazas eran un medio mucho más eficaz de mantener sus puntos de vista...
Aquellos instintos habían servido bien a sus antepasados, en los días de cálidas lluvias y abundante fertilidad, cuando por doquiera se hallaba el alimento presto a la recolección. Mas los tiempos habían cambiado, y la sabiduría heredada del pasado se había convertido en insensatez. Los mono-humanoide tenían que adaptarse, o morir… como las grandes bestias que habían desaparecido antes que ellos, y cuyos huesos se hallaban empotrados en los cerros de caliza.

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... Entre los de su especie Moon-Watcher era casi un gigante. Pasaba un par de centímetros del metro y medio de estatura, y aunque pésimamente alimentado, pesaba unos cincuenta kilos. Su peludo y musculoso cuerpo estaba a mitad de camino entre el del mono y el del hombre, pero su cabeza era mucho más parecida a la del segundo que a la del primero. La frente era deprimida y presentaba protuberancias sobre la cuenca de los ojos, aunque ofrecía inconfundiblemente en sus genes la promesa de humanidad...
... Al tender su mirada sobre aquel hostil mundo del Pleistoceno, había ya algo en ella que sobrepasaba la capacidad de cualquier mono. En sus oscuros ojos se reflejaba una incipiente comprensión… los primeros indicios de una inteligencia que posiblemente no se realizaría aún durante años...


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... De todas las criaturas que hasta entonces anduvieron por la Tierra, los mono-humanoide fueron los primeros en contemplar fijamente a la Luna. Y aunque no podía recordarlo, siendo muy joven Moon-Watcher quería a veces alcanzar, e intentar tocar, aquel fantasmagórico rostro sobre los cerros.
Nunca lo había logrado, y ahora era bastante viejo para comprender por qué... "debía hallar un árbol lo suficientemente alto para trepar ..."

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... Aquella noche, sentado caviloso a la entrada de su cubil... sintió las primeras punzadas de una nueva y poderosa emoción. Era una vaga y difusa sensación de envidia… o de insatisfacción con su vida. No tenía la menor idea de su causa, y menos aún de su remedio... pero el descontento había penetrado en su alma, y había dado un pequeño paso hacia la humanidad....

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... Moon-Watcher se detuvo de de repente, cuando la hilera de cerdos atravesó la senda, olisqueando y gruñendo. Cerdos y mono-humanoide se habían ignorado siempre mutuamente, pues no había conflicto alguno de intereses entre ellos. Como la mayoría de los animales que no competían por el mismo alimento, se mantenían simplemente apartados de sus caminos particulares.
Sin embargo... Moon-Watcher ahora los contemplaba... al sentirse hostigado por impulsos que no podía comprender. De pronto, y como en un sueño, comenzó a buscar en el suelo… no sabría decir qué, aun cuando hubiese tenido la facultad de la palabra...
... Era una piedra pesada y puntiaguda, de varios centímetros de longitud, y aunque no encajaba perfectamente en su mano, serviría. Al blandirla, aturrullado por el repentino aumento de peso, sintió una agradable sensación de poder y autoridad. Y seguidamente comenzó a moverse en dirección al cerdo más próximo.
Era un animal joven y estólido, hasta para la norma de inteligencia de aquella especie. Aunque lo observó con el rabillo del ojo, no lo tomó en serio hasta demasiado tarde. ¿Por qué habrían de sospechar aquellas inofensivas criaturas de cualquier maligno intento? Siguió hozando la hierba hasta que el martillo de piedra de Moon-Watcher le privó de su vaga conciencia. El resto de la manada siguió pastando sin alarmarse, pues el asesinato había sido rápido y silencioso.
Todos los demás mono-humanoide del grupo se habían detenido para contemplar la acción, y se agrupaban ahora con admirativo asombro en torno a Moon-Watcher y su víctima. Uno de ellos recogió el arma manchada de sangre, y comenzó a aporrear con ella al cerdo muerto. Otros se le unieron en la tarea con toda clase de palos y piedras que pudieron recoger, hasta que su blanco quedó hecho una pulpa sanguinolenta.
Luego sintieron hastío; unos se marcharon, mientras otros permanecieron vacilantes en torno al irreconocible cadáver… Pasó un tiempo sorprendentemente largo hasta que una de las hembras con cría comenzase a lamer la sangrienta piedra que sostenía en sus manos.
Y todavía paso mucho más tiempo antes de que Moon-Watcher... comprendiese realmente que no necesitaba tener hambre nunca más...


... Los instrumentos que habían planeado emplear eran bastante simples, aunque podían cambiar el mundo y dar su dominio a los mono-humanoide. El más primitivo era la piedra manual, que multiplicaba muchas veces la potencia de un golpe. Había luego el mazo de hueso, que aumentaba el alcance y procuraba un amortiguador contra las garras o zarpas de bestias hambrientas. Con estas armas, estaba a su disposición el ilimitado alimento que erraba por las sabanas.
Pero necesitaban de otras ayudas, pues sus dientes y uñas no podían desmembrar con presteza a ningún animal más grande que un conejo. Por fortuna, la Naturaleza había dispuesto de instrumentos perfectos, que sólo requerían ser recogidos.
Primeramente había un tosco pero muy eficaz cuchillo o sierra, de un modelo que serviría muy bien para los siguientes tres millones de años. Era simplemente la quijada inferior de un antílope, con los dientes aún en su lugar; no sufriría ninguna mejora sustancial hasta la llegada del metal. Había también un punzón o daga bajo la forma de un cuerno de gacela, y finalmente un raspador compuesto por la quijada completa de casi cualquier animal pequeño.
El mazo de piedra, la sierra dentada, la daga de cuerno y el raspador de hueso… tales eran las maravillosas invenciones que los mono-humanoide necesitaban para sobrevivir. No tardarían en reconocerlos como los símbolos del poder que eran, pero muchos meses habían de pasar antes de que sus torpes dedos adquirieran la habilidad —o la voluntad— para usarlos...
... Se había dado a los mono-humanoide su primera oportunidad. No habría una segunda; el futuro se hallaba en sus propias manos...
Un antecesor a orillas del Támesis.
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... Crecieron y menguaron lunas; nacieron criaturas y a veces vivieron; débiles y desdentados viejos de quince años murieron... y la tribu prosperó. En el curso de un solo año, Moon-Watcher y sus compañeros cambiaron casi hasta el punto de resultar irreconocibles.
Habían aprendido bien sus lecciones; ahora podían manejar todos los instrumentos que les habían sido revelados. El mismo recuerdo del hambre se estaba borrando de sus mentes; y, aunque los cerdos se estaban tornando recelosos, había gacelas y antílopes y cebras en incontables millares en los llanos. Todos estos animales, y otros, habían pasado a ser presa de los aprendices de cazador.
Al no estar ya semiembotados por la inanición, disponían de tiempo para el ocio y para los primeros rudimentos de pensamiento. 
Un nuevo animal se hallaba sobre el planeta, extendiéndose lentamente desde el corazón del África. Era aún tan raro que un premioso censo lo habría omitido, entre los prolíficos miles de millones de criaturas que vagaban por tierra y por mar. Hasta el momento, no había evidencia alguna de que pudiera prosperar, o hasta sobrevivir; había habido en este mundo tantas bestias más poderosas que desaparecieron, que su destino pendía aún en la balanza...

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... En los cien mil años pasados los mono-humanoide no habían inventado nada. Pero habían comenzado a cambiar, y habían desarrollado actividades que ningún otro animal poseía.
Sus porras de hueso habían aumentado su alcance y multiplicado su fuerza; ya no se encontraban indefensos contra las bestias de presa competidoras. Podían apartar de sus propias matanzas a los carnívoros menores, en cuanto a los grandes, cuando menos podían disuadirlos, y a veces amedrentarlos, poniéndolos en fuga.
Sus macizos dientes se estaban haciendo más pequeños, pues ya no le eran esenciales. Las piedras de afiladas aristas que podían ser usadas para arrancar raíces, o para cortar y aserrar carne o fibra, habían comenzado a reemplazarlos, con inconmensurables consecuencias.
Los mono-humanoide no se hallaban ya enfrentados a la inanición cuando se les pudrían o gastaban los dientes; hasta los instrumentos más toscos podrían añadir varios años a sus vidas.
Y a medida que disminuían sus colmillos y dientes, comenzó a variar la forma de su cara; retrocedió su hocico, se hizo más delicada la prominente mandíbula, y la boca se tornó capaz de emitir sonidos más refinados. El habla se encontraba aún a una distancia de un millón de años, pero habían sido dados los primeros pasos hacia ella.
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Y seguidamente comenzó a cambiar el mundo. En cuatro grandes oleadas, con doscientos mil años entre sus crestas, barrieron el globo las Eras Glaciales, dejando su huella por doquiera. Allende los trópicos, los glaciares dieron buena cuenta de quienes habían abandonado prematuramente su hogar ancestral; y, en todas partes, segaron también a las criaturas que no podían adaptarse.
Una vez pasado el hielo, también se fue con él mucha de la vida primitiva del planeta… incluyendo a los mono-humanoide. Pero, a diferencia de muchos otros, ellos habían dejado descendientes; no se habían simplemente extinguido, sino que habían sido transformados. Los constructores de instrumentos habían sido rehechos por sus propias herramientas.
Pues con el uso de garrotes y pedernales, sus manos habían desarrollado una destreza que no se hallaba en ninguna otra parte del reino animal, permitiéndoles hacer aún mejores instrumentos, los cuales habían desarrollado todavía más sus miembros y cerebros.
Era un proceso acelerador, acumulativo; y en su extremo estaba el Hombre.
El primer hombre verdadero tenía herramientas y armas sólo un poco mejores que las de sus antepasados de un millón de siglos atrás, pero podían usarlas con mucho más habilidad. Y en algún momento en los oscuros milenios pasados, habían inventado el instrumento más especial de todos, aún cuando no pudiera ser visto ni tocado.
Habían aprendido a hablar, logrando así su primera gran victoria sobre el Tiempo. Ahora, el conocimiento de una generación podía ser transmitido a la siguiente de modo que cada época podía beneficiarse de las que la habían precedido.
A diferencia de los animales, que conocían sólo el presente, el hombre había adquirido un pasado, y estaba comenzando a andar a tientas hacia un futuro.
Estaban también aprendiendo a sojuzgar a las fuerzas de la naturaleza; con el dominio del fuego, había colocado los cimientos de la tecnología y dejado muy atrás a sus orígenes animales.
La piedra dio paso al bronce, y luego al hierro.
La caza fue sustituida por la agricultura.
La tribu crecía en la aldea, y ésta se transformaba en ciudad.
El habla se hizo eterna, gracias a ciertas marcas en piedra, en arcilla y en papiro. Luego inventó la filosofía y la religión. Y pobló el cielo, no del todo inexactamente, con dioses.
A medida que su cuerpo se tornaba cada vez más indefenso, sus medios ofensivos se hicieron cada vez más terribles. Con piedra, bronce, hierro y acero había recorrido la gama de cuanto podía atravesar y despedazar, y en tiempos muy tempranos había aprendido como derribar a distancia a sus víctimas.
La lanza, el arco, el fusil y el cañón y finalmente el proyectil guiado, le habían procurado armas de infinito alcance y casi infinita potencia.
Sin esas armas, que sin embargo había empleado a menudo contra sí mismo, el Hombre no habría conquistado nunca su mundo. En ellas había puesto su corazón y su alma...>>>


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Relato adaptado y (puede que) algo fantástico... pero... 

"The truth, as always, will be far stranger" (Arthur C. Clarke)



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